Campos de concentración en la segunda guerra bóer
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Durante la Segunda guerra bóer, que duró de 1899 a 1902, los británicos crearon campos de concentración en Sudáfrica. Los campos fueron establecidos originalmente por el ejército británico como campos de refugiados para proporcionar refugio a las familias civiles que se habían visto obligadas a abandonar sus hogares por cualquier motivo relacionado con la guerra. Sin embargo, Frederick Roberts, comandante en jefe británico, inició una política de tierra quemada a mediados de junio de 1900, en un intento de romper la campaña de guerrillas y, como resultado, la afluencia de civiles creció dramáticamente.[1][2] A finales de 1900, Herbert Kitchener tomó el mando de las fuerzas británicas e intensificó esa política, lo que provocó la extrema masificación de los campos.[3]
Esta no fue la primera aparición de campos de internamiento, ya que los españoles habían utilizado el internamiento durante la Guerra de Independencia cubana,[4][5] pero el sistema de campos de concentración de la guerra bóer fue la primera vez que una nación entera era atacada sistemáticamente.[6]
Hubo un total de 46 campamentos que se construyeron para los internos bóeres[n 1] y un mínimo de 66 campamentos adicionales que se construyeron para personas negras.[7] De los 33 000 hombres bóeres que fueron capturados como prisioneros de guerra, más de 30 000 fueron enviados campos de prisioneros en otros lugares del Imperio Británico.[8] La gran mayoría de los bóeres que permanecieron en los campamentos locales eran mujeres y niños. Más de 27 927 mujeres y niños bóeres perecieron en estos campos de concentración, así como más de 20 000 negros en los campos específicos para mantener la segregación.[9][10]
Los campos estuvieron mal administrados desde el principio y se sobreocuparon cada vez más cuando las tropas de Kitchener implementaron la estrategia de internamiento a gran escala. Las condiciones eran pésimas para la salud de los internos, principalmente por el abandono, la mala higiene y las malas condiciones sanitarias. Las raciones de alimentos eran escasas, el alojamiento inadecuado, la mala alimentación, la mala higiene y el hacinamiento llevaron a la desnutrición y enfermedades endémicas contagiosas como el sarampión, la fiebre tifoidea y la disentería a la que los niños eran particularmente vulnerables.[3]