Tampón higiénico
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Un tampón es un producto de gestión menstrual que se coloca en el canal vaginal para absorber la menstruación directamente debajo del cérvix. Se extrae del cuerpo mediante un cordón. Tiene forma de tubo, con un núcleo comprimido de material absorbente, normalmente algodón y rayón, en ocasiones recubierto por una malla de material sintético para evitar el desprendimiento de fibras dentro del cuerpo.[1] Se trata de productos desechables y las dos versiones predominantes son los tampones digitales, que se colocan con los dedos, y los modelos con aplicador.[2] A diferencia de absorbentes externos como toallas sanitarias, permiten bañarse o nadar mientras se utilizan.
Desde la antigüedad, los primeros tampones se utilizaron tanto con fines de gestión menstrual y como anticonceptivos al embeberlos en sustancias espermicidas. Se fabricaban con materiales naturales disponibles en cada región como lana, hierba, papiro, papel, musgo, esponjas, entre otros.[3] Los primeros modelos comerciales aparecieron en el siglo XX, y los ejemplos más famosos fueron el tampón Tampax en 1933, primero con aplicador,[4] y a mediados de siglo la marca O.B., digital.[5]
A fines de los años 70 y principios de los 80, marcas de tampones super absorbentes estuvieron vinculadas al síndrome de shock tóxico (SST), una enfermedad rara pero potencialmente mortal. El uso continuado por varias horas del producto, en conjunto con las fibras sintéticas con las que estaban fabricados, propiciaban la multiplicación de la bacteria staphylococcus aureus, responsable de aumentar la concentración de la toxina bacteriana en el cuerpo. Tras el pico de más de 814 casos y 34 fallecimientos en 1980, se retiraron del mercado las versiones super absorbentes, se descontinuó la fabricación con ciertos tejidos sintéticos y se estandarizaron los niveles de absorción para todas las marcas.[6]
Utilizar modelos muy absorbentes y dejarlos colocados más tiempo que el límite recomendado son dos factores de riesgo de SST.[7] Otros cuadros que pueden aparecer con su uso son infecciones vaginales crónicas, alteraciones del flujo, olor, picazón, abrasiones y úlceras, irritación y alergia a los componentes.[8][9] El SST ya no se asocia exclusivamente al uso de tampones, pudiendo afectar a no usuarias del insumo, como así también a niños y varones.[7]
Se estima que cien millones de mujeres utilizan tampones en todo el mundo, y que cada una consumirá un promedio de once mil unidades durante su vida. Son el producto predilecto de higiene menstrual en Europa Occidental y los Estados Unidos, mientras que en otros países su tasa de uso no supera el 4%.[10][11] Sobre su impacto ambiental, un tampón de fibras naturales demorará seis meses en biodegradarse. Por otra parte, el resto de componentes de plástico y materiales sintéticos representan un problema de contaminación, se han encontrado en el estómago de aves marinas y su degradación en microplásticos afecta a la salud y medio ambiente. Los tampones constituyen el quinto mayor contaminante de playas junto con las toallas sanitarias y otros productos de higiene.[12][2]