Discurso de Larrazábal
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El discurso de Larrazábal fue un discurso pronunciado en el caserío de Larrazábal por Sabino Arana el 3 de junio de 1893 durante un banquete organizado por la Sociedad Euskalerriaka de Bilbao como homenaje por la publicación el año anterior del opúsculo Bizcaya por su independencia, considerado como el acta de nacimiento del nacionalismo vasco (aunque todavía como bizkaitarrismo).
En el discurso, Arana concretó su proyecto político para lograr una Bizkaya independiente de España —en aquel momento se refería a Vizcaya más que a Euskeria o a Euskalerría, «en primer lugar porque no dudaba del liderazgo de Vizcaya en el país vasco, y por otro lado era lo que tenía más próximo y donde vivía; también porque siempre pensó en Euskeria o Euzkadi [un vocablo inventado por él más adelante] libre como una confederación de estados con incorporación y secesión voluntarias».[1]
El discurso se conoce también como el juramento de Larrazábal por el siguiente pasaje del mismo, en el que Sabino Arana explica su «resurrección» al abandonar el carlismo y adoptar en 1882 el «nacionalismo bizkaino», gracias a una discusión que mantuvo con su hermano Luis Arana que le convenció de que su patria no era España, sino Bizcaya:[2]
Pronto comencé a conocer a mi Patria en su historia y en sus leyes; pero no debe el hombre tomar una resolución grave sin antes esclarecer el asunto y convencerse de la justicia de la causa y la conveniencia de sus efectos.
Mas al cabo de un año de transición, disipáronse en mi inteligencia todas las sombras con que la oscurecía el desconocimiento de mi Patria, y levantando el corazón hacia Dios, de Bizkaya eterno Señor, ofrecí todo cuanto soy y tengo en apoyo de la restauración patria, y juré (y hoy ratifico mi juramento) trabajar en tal sentido con todas mis débiles fuerzas, arrostrando cuantos obstáculos se me pusieran de frente y disponiéndome, en caso necesario, al sacrificio de todos mis afectos, desde el de la familia y de amistad hasta las conveniencias sociales, la hacienda y la misma vida. Y el lema Jaungoikua eta Lagizarra [Dios y Leyes Viejas] iluminó mi mente y absorbió toda mi atención, y Jaungoikua eta Lagizarra se grabó en mi corazón para nunca más borrarse; y por guía de todos los actos de mi vida me tracé un lema particular cuyas iniciales (JEL) van al final del opúsculo que conocéis y de todos mis escritos.