Gótico radiante
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El gótico radiante (en francés rayonnant, pronunciación en francés: /ʁɛjɔnɑ̃/) es la denominación historiográfica de una de las fases del arte gótico, acuñada específicamente para la arquitectura gótica francesa del período comprendido entre ca. 1240 y 1350, coincidente en gran medida con el reinado de Luis IX (1226-1270). La teoría evolutiva de los estilos artísticos ha denominado este estilo como gótico manierista, al representar el estadio intermedio entre el anterior gótico clásico (o primer gótico) y el posterior gótico tardío (gótico florido, gótico flamígero).
Se caracteriza por un cambio de orientación a partir de la utilización de la gran escala y del racionalismo espacial del alto gótico (en edificios como la catedral de Chartres o la nave de la catedral de Amiens) hacia una mayor preocupación por las superficies y la repetición de los motivos decorativos a diferentes escalas. Los edificios tienden también a ganar en altura y verticalidad y se busca un efecto de ligereza y riqueza, superando la austeridad y cierta pesadez de la etapa precedente. Desde la mitad del siglo XIV, el radiante se transformó gradualmente en el gótico tardío, estilo flamígero, aunque como es habitual con este tipo de etiquetas estilísticas arbitrarias, el punto de transición no está claramente definido.
Uno de los primeros edificios que sentaron los patrones de este estilo fue la catedral de Beauvais, que pretendía una altura de las bóvedas tan imponente (48 metros) que no fue igualada en ningún otro edificio gótico. La Sainte-Chapelle, en París, concebida como una especie de relicario de cristal, constituye el paradigma perfecto del estilo radiante.
En el interior la luz se convierte en el elemento predominante y en función de ella y de su significado simbólico y espiritual, se conciben el resto de elementos arquitectónicos. Se intenta liberar los muros de su función sustentante para disponer rosetones radiales (de ahí el nombre) y vanos cada vez más grandes, que se decoran con vidrieras muy decoradas, sobre todo de color azul oscuro y rojo. Los ventanales y portadas se estilizan, se hacen más estrechos y apuntados y las decoraciones se complican a la vez que se hacen menudas y menos naturalistas. Aparecen elementos predominantemente abstractos, a modo de tracerías o filigranas, invadiendo los espacios vacíos de los muros.