Pueblos indígenas de Argentina
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Los indígenas, aborígenes u originarios de Argentina son el conjunto de comunidades, familias e individuos que se autorreconocen o reconocieron descendientes de los nativos americanos que habitaban en los límites del actual territorio argentino al momento del primer contacto de los europeos con el territorio en el siglo XVI.[2][3] Por extensión, esos nombres pueden referir también a los de igual condición que migraron hacia el actual territorio argentino desde países limítrofes y a sus descendientes, una vez integrados al conjunto indígena nacional.
Pueblos indígenas de Argentina | ||
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Población indígena por departamento, según el censo de 2022 | ||
Descendencia | 1 306 730 de personas (2,83%) (INDEC, 2022)[1] | |
Idioma |
Español Lenguas indígenas (incluyendo guaraní, qom, wichí, quechua, mapudungun) | |
Asentamientos importantes | ||
371.830 | Provincia de Buenos Aires | |
142.870 | Salta | |
81.538 | Jujuy | |
74.724 | Ciudad Autónoma de Buenos Aires | |
69.218 | Córdoba | |
Según la lista en línea actualizada a 23 de noviembre de 2023 que el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas publica en su sitio web, ese organismo público reconoce la existencia de 1864 comunidades indígenas en Argentina, pertenecientes a los 39 pueblos indígenas que a su vez reconoce.[4] Esos números, sin embargo, no cuentan a otras comunidades indígenas que por distintos motivos no están aun registradas o en contacto con los organismos nacionales o provinciales, por lo que a cada actualización trimestral de los datos los números han ido en aumento, e incluso se han producido en los últimos años nuevos autorreconocimientos de pueblos indígenas.
La definición de a qué refiere la palabra indígena es motivo de discusión y existen definiciones como la realizada por el relator especial de Naciones Unidas, José Martínez Cobo, en su Estudio del problema de la discriminación contra las poblaciones indígenas:[5][6]
Las comunidades, pueblos y naciones indígenas son aquellos que, teniendo una continuidad histórica con las sociedades previas a la invasión y colonización que se desarrollaron en sus territorios, se consideran a sí mismos distintos de otros sectores de las sociedades que prevalecen actualmente en esos territorios, o en partes de los mismos. En la actualidad constituyen sectores no dominantes de la sociedad y están determinados a preservar, desarrollar y traspasar a futuras generaciones sus territorios ancestrales y su identidad étnica, como base de su continua existencia como pueblos, de acuerdo con sus propias pautas culturales, instituciones sociales y sistemas legales.
El Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) —ratificado por Argentina en 1992— en su artículo 1.1.b realizó la siguiente definición respecto de su aplicación:[7]
...a los pueblos en países independientes, considerados indígenas por el hecho de descender de poblaciones que habitaban en el país o en una región geográfica a la que pertenece el país en la época de la conquista o la colonización o del establecimiento de las actuales fronteras estatales y que, cualquiera que sea su situación jurídica, conservan todas sus propias instituciones sociales, económicas, culturales y políticas o parte de ellas.
Estos pueblos, comunidades, familias o individuos son identificados en Argentina como indígenas, aborígenes u originarios, términos que progresivamente van desplazado al de indios, que, aunque de uso coloquial generalizado, va adquiriendo un sentido peyorativo o discriminativo.[8]
La ley nacional n.º 23302 sobre Política Indígena y apoyo a las Comunidades Aborígenes fue promulgada el 8 de noviembre de 1985 y creó para su aplicación el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI) como entidad descentralizada con participación indígena en el ámbito del Poder Ejecutivo Nacional. Esta ley definió el concepto legal de comunidad indígena:
Se entenderá como comunidades indígenas a los conjuntos de familias que se reconozcan como tales por el hecho de descender de poblaciones que habitaban el territorio nacional en la época de la conquista o colonización e indígenas o indios a los miembros de dicha comunidad.
De esta forma, el autorreconocimiento es el criterio fundamental para la definición de indígena en Argentina, es decir, la conciencia que los mismos tienen de su identidad y su exteriorización de la misma ante la sociedad. Sobre esta base el Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas 2010 relevó la existencia de 955 032 personas que se autorreconocieron como indígenas,[9] constituyendo alrededor del 2.38 % de la población total del país. Aunque la definición legal restringió el reconocimiento a los descendientes de quienes habitaban el actual territorio argentino al momento de su conquista o colonización, en la práctica se extiende de hecho también a los pueblos que migraron posteriormente al territorio desde países vecinos.
Introducción
El poblamiento humano del actual territorio de Argentina tiene una antigüedad de al menos 12 890 ± 90 A.P. de acuerdo a los hallazgos de Piedra Museo, en la región patagónica.[12] Con posterioridad se formaron tres ecorregiones indígenas con diferencias muy marcadas: en el cuadrante del noroeste andino se establecieron culturas agroalfareras emparentadas con la civilización andina y una parte de ellas llegó a formar parte del Imperio incaico; en el cuadrante nordeste se establecieron culturas agroalfareras relacionadas con la familia lingüística tupí-guaraní; en la pampeana centro y la Patagonia se establecieron culturas nómadas que no tenían una etnogénesis común, ya que pertenecían y pertenecen a familias lingüísticas diversas.
Durante la conquista europea las culturas indígenas que habitaban el actual territorio argentino experimentaron destinos diversos. Por un lado las mayoría de las culturas pampeanas, patagónicas y chaqueñas resistieron la conquista española y posterior aculturación y nunca estuvieron bajo su dominación directa aun. Distinta fue la situación que se dio en el cuadrante noroeste, centro, partes de la Pampa húmeda, y litoral ya que la colonización española estableció sus principales centros de población y producción sobre la base de trabajo encomendado de los indígenas, en tanto que algunas naciones indígenas protagonizaron guerras e insurrecciones contra los españoles. El cuadrante noreste se caracterizó por el establecimiento de las misiones jesuíticas guaraníes que conformaron un tipo completamente original de sociedades indígenas-cristianas autónomas de la Monarquía Hispánica que se enfrentaron incluso a las tropas conjuntas de España y de Portugal en la llamada guerra guaranítica, y que fueron finalmente disueltas por la Corona Española en 1768.
Todas las naciones indígenas de Argentina sufrieron también el colapso demográfico que afectó a todos los pueblos indígenas americanos, y que fue en gran medida consecuencia de ciertas enfermedades portadas por los europeos.[13] Se estima que a la llegada de los españoles, había entre 400 000 y 2 000 000 de aborígenes en Argentina, asentados y agrupados en los valles más fértiles del noroeste argentino y, en menor grado, en los valles de los grandes ríos del litoral argentino. El resto del extenso territorio tuvo una densidad demográfica inferior a menos de un habitante por kilómetro cuadrado.[14] Las fuentes más alcistas llegan a 1,5 millones y las más bajas a 0,3 millones de personas.[15]
Una vez que las Provincias Unidas del Río de la Plata se constituyeron como estado formalmente independiente en 1816, y como República Argentina en 1826, se inició un proceso de conquista de los territorios ocupados por los pueblos indígenas que no habían sido dominados por el Imperio español, especialmente en la región pampeana, la Patagonia y el Gran Chaco. Estas "guerras contra el indio" tuvieron su punto más alto en la llamada Conquista del Desierto de 1880 en la que fueron derrotados los pueblos mapuche, ranquel y tehuelche, y le permitieron al Estado argentino controlar efectivamente amplios territorios.
Los datos definitivos de la Encuesta Complementaria de Pueblos Indígenas (ECPI) realizada en 2004-2005 destacaron la entonces existencia de 30 pueblos indígenas en Argentina, integrados por 955 032 individuos (940 363 que se autorreconocieron pertenecientes a algún pueblo aborigen más el resto que no pertenecen pero son descendientes en primera generación de un pueblo aborigen) equivalente a aproximadamente el 2.38% de la población total. El número exacto de pueblos depende de si se consideran como tales o no, a parcialidades integrantes de algunas culturas con características propias y a los grupos mestizados resultantes del renacimiento de su identidad cultural autóctona. Ello sin perjuicio que se ha estimado que casi el 40% de la población argentina tiene al menos un antepasado indígena, aunque en la mayoría de los casos se ha perdido la memoria familiar de esa pertenencia. Todas las culturas indígenas han sido afectadas por un proceso deliberado de invisibilización, promovido desde el Estado, desde la segunda mitad del siglo XIX.[16]
Los indígenas en la región pampeana y la Patagonia
La Patagonia posee los registros más antiguos de la presencia humana en el territorio argentino, en la localidad de Piedra Museo en la provincia de Santa Cruz, 13 000 años a. C.,[12] aparentemente relacionada también con la posible presencia humana mucho más antigua aún detectada en el sur de Chile, en el área de Monte Verde, 33 000 años a. C.[17] Estos descubrimientos no solo han puesto en crisis la teoría del poblamiento tardío y la llegada por Beringia, sino que sugieren una corriente pobladora de entrada al actual territorio argentino a través de la Patagonia y del extremo sur chileno.
Otro remoto asentamiento fue ubicado en Los Toldos, también en la provincia de Santa Cruz, con restos que datan de 10 500 años a. C. Hace 9000 años surgió la industria toldense, caracterizada por puntas de proyectil subtriangulares bifaciales y raspadores laterales y terminales, cuchillos bifaciales y herramientas de hueso.
Estos primeros habitantes del territorio argentino cazaban milodones e hippidiones[18] (caballos sudamericanos que desaparecieron hace 10 000 años), además de guanacos, llamas y ñandúes. En la misma zona, la Cueva de las Manos (un alero a orillas del cañón del río Pinturas en la provincia de Santa Cruz), se han hallado pinturas rupestres de 7300 años a. C.: impresiones de palmas de manos previamente teñidas con pintura fresca a partir de tintes naturales; «negativos» de manos obtenidos con pinturas en aerosol —se soplaba la pintura a través del canal medular de un hueso— sobre las paredes rocosas interponiendo las manos entre el medio (la pintura en aerosol) y el soporte (la pared natural de roca); e imágenes de guanacos muy elegantemente y estilizadamente figuradas. Se trata de una de las expresiones artísticas más antiguas de los pueblos sudamericanos y ha sido declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco. Como en el arte magdaleniense europeo, es muy probable que estas representaciones estuvieran asociadas a un pensamiento mágico (especialmente a la llamada magia simpática) en la cual el rito de dibujar lo deseado se suponía atraía lo deseado (en estos casos el alimento a partir de la caza).
Para el año 9000 a. C. ya había comenzado el poblamiento de región pampeana. Más tarde, entre los 7000 y 4000 años A.P., aparece la industria casapedrense, caracterizada por una mayor proporción de instrumentos líticos confeccionados sobre láminas, probablemente como una muestra de la especialización en la caza del guanaco, lo cual también está presente en los desarrollos culturales posteriores de los patagones o tehuelches.
Las culturas pampeanas y patagónicas, debido a razones que Marvin Harris califica como emic, no pudieron sedentarizarse ni especializarse en la agricultura ni en la consecuente agroalfarería: la ecología de los territorios que habitaban y el índice demográfico de los pueblos pámpidos hacía que su economía más sustentable fuera la basada en un sistema «primitivo» y por estos motivos se organizaron sobre la que había sido durante milenios una exitosa base de sistemas de caza y recolección. Aproximadamente a partir de mediados del siglo XVII, merced a la captura y domesticación de los caballos importados por los españoles, devinieron los pámpidos (como los pámpidos «guaicurúes» de la ragión chaqueña) en complejos ecuestres que, literalmente, cazaban ganado cimarrón ya que la alta movilidad y dispersión que la ecología (o mejor dicho la mesología —por ejemplo grandes temporadas de sequía—) le había impuesto tradicionalmente a estas etnias les hacía a las mismas antieconómica e incluso impráctica de la ganadería. Solo desde la segunda mitad de siglo XIX se aprecia un incipiente cambio de estrategia en el modo de producción de la mayoría de los pámpidos (desde la Tierra del Fuego hasta el Chaco Boreal inclusive): las diversas etnias y parcialidades de los pámpidos, al ver mermar los recursos de caza y recolección y al tener un aumento demográfico que implicaba mayor presión sobre los recursos naturales no cultivados se vieron obligados a refundar su economía en una incipiente agricultura de subsistencia casi siempre reducida a horticultura, aunque la falta de técnicas para contrarrestar las sequías en zonas que recién dejarían de ser consideradas «desierto» tras el cultivo dry farming hicieron que sus intentos no fueran todo lo exitosos que requerían.
- Habitantes del Río de la Plata hacia 1600, según Hendrick Ottsen
- Boleando baguales, acuarela de c. 1752 de Florián Paucke
- El cacique tehuelche Junchar retratado por José del Pozo, integrante de la Expedición Malaspina, en 1789
- Retrato de una india patagona por José del Pozo, 1789
- Autorretrato del pintor José del Pozo retratando a una india patagona, 1789
- Indígenas pampas en Buenos Aires según Emeric Essex Vidal, 1818
- Toldera de indígenas en Sierra de la Ventana según Charles Henri Pellegrini, 1830
- Cacique patagón, acuarela de 1838 de Adolphe Goupil
- Indígenas pampas según Charles Henri Pellegrini, 1841
- Familia de indios en Buenos Aires, 1844. Litografía de Jules Daufresne
El Litoral y el Noreste
Como en la región pampeana y patagónica, los indígenas del Litoral argentino y del Noreste argentino tuvieron sus modos de producción casi exclusivamente basados en la caza y la recolección: vivían en una zona naturalmente selvática de grandes sistemas hídricos formados por el río Paraná, el río Paraguay, el río Uruguay, el río Salado del Norte, el río Bermejo y el río Pilcomayo que posibilitaban relativamente fáciles flujos culturales, pero así también una fuerte inestabilidad política debido a que los mismos cursos de aguas se transformaban en fáciles rutas de invasiones.
Las condiciones ecológicas del entorno fueron acompañadas por la gestión de los recursos que los indígenas aplicaron para su modo de vida de cazadores-recolectores. Los pueblos indígenas eran expertos en el manejo controlado del fuego,[19] que utilizaban también como herramienta de combate y de caza.[20] El manejo del fuego les permitía gestionar los pastizales y crear claros y parches de vegetación para atraer a los animales herbívoros endémicos de la zona, como los cérvidos y el guanaco.[20] La agricultura solamente se desarrolló en los márgenes del río Dulce y Salado, gestionado mediante las técnicas de manejo de desborde.[20] En tal situación se encontraban entonces los pueblos a los que los invasores guaraníes llamaron peyorativamente guaicurúes ―los pámpidos qom a lo largo del siglo XX más conocidos entre los alófonos como tobas (el segundo es un nombre peyorativo de origen guaraní que significa ‘frentudos’)―, mokoit (mocovíes), abipones, malbalas, nivaclés (o chulupíes o chunupíes), pilagaes y charrúas.
Quizás devenidos de ándidos, pámpidos y amazónidos se cuentan a los que los invasores incas apodaron peyorativamente matacos ―los wichís―, vilelas, kaigangs, mocoretaes, timbúes, chanaes y querandíes -estos últimos también pámpidos aunque con nombre más conocido por el que le dieron los guaraníes-.
Hacia fines del siglo XV la región se conmovió por la invasión de un pueblo amazónido que se expandía debido a su intrínseca fuerte presión demográfica facilitada por la incipiente e intensiva horticultura de la mandioca y el maíz. Esta etnia era la de los guaraníes.
Así como los quechuas transculturaron mucho a las etnias del noroeste y los mapuches a los del sur de la región pampeana y norpatagónica, lo mismo hicieron en toda la mesopotamia argentina y gran parte del NEA los guaraníes. Lograron invadir zonas del Chaco Boreal sometiendo a los de origen arahuaco) chanés y chorotes (los segundos, autodenominados yofuasha) entre otras naciones preexistentes a la invasión guaranítica y en pleno Chaco Boreal, por mixogénesis forzada tras invadir y esclavizar los ava o guaraníes a los chanés (de linaje arahuako) matando a los varones y tomando por concubinas a las mujeres chanés, forjaron la etnia de los chiriguanos.[21]
Como otros pueblos indígenas sedentarizados, desde la llegada de los españoles en el siglo XVI las zonas de cultivos con malocas y buenas comunicaciones fluviales fueron fácilmente conquistadas por los europeos y fue rápido el mestizaje, en cambio las zonas menos ricas agrícolamente y más alejadas pudieron resistir a la penetración europea hasta fines del siglo XIX. Por otra parte en esta zona se dio muy tempranamente una fuerte síncresis por causa de la intensa actividad misional de jesuitas y franciscanos, los primeros especialmente entre los siglos XVI y casi mediados del siglo XVIII.
- Indígenas en Buena Esperanza (actualmente Puerto Gaboto), grabado de 1536 de Ulrico Schmidl.
Norte,Oeste, Noroeste
El Norte,Noroeste y Oeste argentino fueron habitados al menos desde 9000 a C.,[22] estos grupos se vincularon inicialmente a la caza de megafauna y con posterioridad a la de camélidos, así como a la explotación de distintos recursos vegetales y minerales. En el Noroeste comienza a producirse entre 1000 a. C. y 500 a. C. un cambio importante en la forma de vida de estas poblaciones, que implicó la adopción y consolidación de la agricultura, la alfarería, la ganadería y de un modo de vida aldeano (en el Oeste este proceso se dio de manera más tardía).[23]
La zona del norte comenzó a ser habitada hacia el año 7000 a C.. Los distintos grupos étnicos que habitaron la región andina (sin contar los Andes patagónicos) fueron los diaguitas, calchaquies, atacamas, omaguacas, kolla, quechuas, aymaras, y huarpes; en cuanto a los calchaquíes son descendientes de una de las parcialidades de los diaguitas o paziocas.
Los distintos grupos étnicos que habitaban la región al momento de arribo de los conquistadores españoles (sin contar los Andes patagónicos) eran los diaguitas, aimaras, omaguacas, atacamas, quechuas y huarpes. Estos últimos no formaban del todo en el imperio incaico ya que la parcialidad huarpe allentiac se refugiaron en las lagunas de Guanacache, Estos pueblos fueron dominados entre 1480 a 1533 por el Imperio incaico de los invasores incas aliados con los aimaras procedentes del Perú y de la cuenca del lago Titicaca en el sur de Perú y el oeste de Bolivia. La palabra «diaguita» fue un mote dado por los aimaras ya que en el idioma aimara thiakita significa ‘alejado’, ‘foráneo’. Si bien la duración del Incario o Imperio incaico fue relativamente breve, dejó notorios influjos (principalmente en la toponimia) ya que aún luego de la conquista española a partir de 1535 el quechua era la lengua vehicular de gran parte de la región andina. Como los otros habitantes de la región andina, tenían conocimientos muy avanzados de la agricultura, astronomía, la construcción de terrazas y el riego artificial. También criaban animales como la llama que les servían para comerciar con otros grupos indígenas.
Los pueblos originarios en Argentina han disminuido mucho con relación a la población en general. Esto se debe a diferentes causas interrelacionadas, como las enfermedades, el mestizaje, las campañas de exterminio (siglos XVIII y XIX), la brusca interrupción de sus culturas y la inmigración considerable de Europa. En las provincias de Jujuy, Salta y Tucumán se conservan las costumbres indígenas en celebraciones, bailes y comidas, con una población significativa, que incluye a los kollas, un grupo étnico en el cual se han fundido gran parte de los atacamas, omaguacas, calchaquíes y chichas y que ha recibido un fuerte influjo quechua. En cuanto a los aimaras y quechuas que actualmente hay en esa zona en su inmensa mayoría son inmigrantes recientes (a partir de las últimas décadas del siglo XX) procedentes de distintas zonas de Bolivia: los aimaras proceden de la cuenca del lago Titicaca en el oeste de Bolivia y el sur de Perú mientras que los quechuas proceden del altiplano peruano aunque su núcleo de origen sea la región andina central de Perú.
- Cangapol, cacique de los tehuelches (Tomas Falkner, siglo XVIII)
- Cacique tehuelche, Casimiro Biguá (circa 1864)
- Cacique Chagallo (circa 1885)
- Representación de abipones pintados (Martín Dobrizhoffer, siglo XVIII)
- Ruinas prehispánicas de Quilmes
- Indígena toba